El cielo se había cubierto por obscuros nubarrones. La jarcia se agitaba frenética, azotada por un viento que crecía incesante y levantaba grandes olas. El barómetro no había parado de bajar en las últimas horas y el parte meteorológico no dejaba lugar a dudas: un ciclón tropical se acercaba y barrería dentro de escasas horas las aguas por donde navegaba. La decisión estaba clara, debía alterar mis planes, si es que acaso tenía planes, e ir a tierra lo más rápido que pudiera.
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