Mi Camino de Santiago II

El presente diario recoge las impresiones de mi Camino de Santiago realizado del 19 al 24 de abril de 2013 entre las localidades de Sarria y Santiago de Compostela.

Viernes 19/04/2013 21:00 Restaurante El Mirador. Portomarín.


No parece una buena forma de comenzar un diario de viaje, pero lo cierto es que llevamos varias horas bebiendo. No sé si podré explicarlo bien.

Hemos llegado a las 16:30 después de terminar la 1ª etapa del Camino. Indecisos, hemos comenzado con un Gin Tonic al que han seguido varios más. Un pequeño lío de coches ha dilatado la tarde y ha aumentado el número de Gin Tonic. Varias horas pasadas al sol en un delicioso atardecer, como delicioso ha sido el día. Mientras escribo estas líneas contemplo el espléndido atardecer en el restaurante con vistas al río Miño embalsado y esperamos al resto de la tropa para cenar.

Pero quizá debería empezar por el principio. Es decir, ayer.

Todo comenzó en la estación de tren de Villalba, en Madrid. Rober y Paz nos recogieron a Rafa y a mí. Tras varias horas de coche llegamos a Sarria, comienzo del viaje.

Nos alojamos en el hotel Roma, al lado de la estación donde finalizó mi anterior Camino.

Tras unas compras peregrinas, recibimos al resto de la compañía: Nacho, Manolo, Pedro, Josefina y Carmen. Cenamos bien en el malecón de Sarria y nos fuimos a dormir.

Esta mañana Nacho no nos ha acompañado y ha ido en coche por su cuenta. El resto hemos comenzado un día glorioso. Fresco al principio, soleado todo el tiempo, primaveral y lujurioso. Por demás, apenas había carretera o coches. Caminos, ríos, regatos, flores, ranas, vacas y algunos, no muchos, peregrinos.

A medio día, un bocata en un bar del Camino, cercano al bocata perfecto. Es cuando te detienes y ves pasar los peregrinos que hacen el Camino cuando te das cuenta de la gente que te acompaña. En esta ocasión vemos a un grupo grande de chavales franceses, unas coreanas que se han puesto hasta arriba (y que encontraremos a diario), tres mujeres americanas…

Sábado 20/04/2013 19:00 Hotel de Palas de Rei. 


No tengo mucho tiempo para escribir. Andar es la actividad principal. Comer y solazarse son igualmente imprescindibles. Escribir es secundario.

Ayer dejé el diario en estado moderadamente alcohólico. Es decir, había (habíamos) bebido bastante. Y la cronología quedó en el soberbio bocata del mediodía. Sin mucha dificultad reanudamos la marcha: tres horas más que continuaron plácidas entre prados, bosques y veredas.

Manolo nos explicó la bonita iglesia románica de Santiago en Barbadelo, nos cruzamos con muchos peregrinos e hicimos nuestro Camino.

Llegamos a Portomarín a las 16:30. La entrada es muy bonita. El Miño fue embalsado varios kilómetros río abajo e inundó Portomarín de modo que el pueblo es nuevo con algún monumento salvado de las aguas como la imponente iglesia-fortaleza. Para llegar al pueblo hay que pasar por un puente sobre el Miño embalsado. Poco después una escalinata invita al descanso. Tras unos minutos seguimos hasta el restaurante “El Mirador”, nuestra perdición. Un primer Gin Tonic a las 5 fue el pistoletazo de salida para una tarde soleada y ebria. Además, Nacho que traía el coche, se retrasó y ni siquiera fuimos al hotel hasta las 8 de la tarde.

Esta mañana ha amanecido con algo de resaca, pero el buen ánimo del grupo la ha despejado pronto.

El día ha sido tan estupendo como el de ayer: soleado pero no caluroso. El Camino más feo ya que transcurre paralelo a la carretera durante muchos kilómetros. Esto no quita para encontrar multitud de lugares paradisíacos. En uno de ellos hemos comido otro glorioso bocata.

De vuelta al Camino, algo más allá, he pegado la hebra con un chaval canadiense, guía de un grupo de 17 personas. Solo había estado una vez en el Camino, suficiente para ser guía. Desde O’Cebreiro hasta Santiago con un día de descanso en el que llevaba al grupo a una escuela de cocina. Nos hemos reído al imaginar las caras de sus pupilos (bien entrados en años) lidiando con un pulpo.

Otra parte del Camino lo he realizado en la simpática compañía de Carmen y Josefina.

Bastante derrotados hemos llegado al hotel desde donde escribo. Dado que Rafa y yo seguimos hasta Santiago, contenemos la sensación de cansancio, pero el resto parece bastante molido.

Nacho ha llegado a las 4:30, poco después de nosotros y hemos tomado su coche para regresar a Portomarín a por los otros dos coches. Hemos vuelto por la misma carretera y la experiencia ha sido galáctica. En veinte minutos hemos desandado lo que nos había costado 7 horas, todo el día. Pese a la velocidad del coche, la sensación ha sido de un trayecto larguísimo en el que íbamos recorriendo los lugares por los que habíamos pasado unas horas antes. Esto ha dado una dimensión épica al esfuerzo del día.

Ya en Portomarín, y antes de llevar los coches de vuelta a Palas de Rei, Rafa y yo hemos compartido unas cañas y una de pulpo con Pedro, cómo no, en el mismo restaurante “El Mirador” de la tarde anterior.

Mañana comienza otro Camino, sin coche de apoyo, sin hoteles o pensiones sino albergues y sin grupo, solos Rafa y yo. Más difícil y más emocionante. Me apetece.

Y ahora lo dejo. Cañas, cena, risas y despedida nos esperan.

Domingo 21/04/2013 19:00 Albergue de Ribadiso (Arzúa)


Poco antes de llegar a Arzúa nos hemos detenido en el Albergue Los Caminantes, en Ribadiso, sitio idílico y campestre. La jornada ha sido llevadera pese a la longitud aunque al final he resultado cansada, 25 Km.

El día estupendo, como los anteriores, algo nublado al final. El recorrido hermoso. Solos, Rafa y yo, hemos avanzado a muy buen ritmo. Al cabo de tres horas hemos llegado a Melide.

Con la animación del domingo hemos recorrido el mercadillo para acabar comiendo un extraordinario pulpo y una botella de vino en la afamada pulpería Ezequiel. Todos los caminantes, nacionales o extranjeros comen pulpo en Melide. Ezequiel es una enorme pulpería de mesas corridas, llena de habitantes locales y caminantes avispados en la que solo se come pulpo. Eso sí, el mejor del mundo.

El pulpo y el vino no han sido merma para continuar por la tarde a buen paso. Al final hemos acabado rendidos. Con amagos de ampollas y rozaduras que me pueden arruinar los dos días que me quedan.

La mujer del albergue ha sido muy graciosa y nos ha puesto al lado de las dos coreanas a las que llevamos varios días viendo. Aunque nos ha avisado de que no nos hagamos ilusiones: a las coreanas solo les interesa el wifi, lo primero por lo que han preguntado. No nos ha querido poner junto a unos alemanes porque eran muy raros. También nos ha proporcionado sábanas y toallas, detalle que no ha tenido con el resto de los caminantes.

Uno de los atractivos del Camino es ver a los peregrinos e imaginar sus vidas y motivos. Llevamos dos días viendo a una pareja joven empujando un coche con una niña de unos tres años. La madre va renqueando. Rafa dice que es una promesa. También hemos visto una familia de padres sobre los setenta e hijos de treinta y que parecían más bien aburridos. Un padre de unos sesenta y cinco con su hijo de veinticinco. Una americana sola de unos veinticinco que hablaba español. Casi llegando, una encantadora mujer neozelandesa de unos sesenta y cinco que no podía más.

Aunque el personaje del día ha sido Julián. Lo hemos encontrado en el mercadillo de Melide. Lleva veinticinco años haciendo los caminos de Santiago, ida y vuelta. Tiene cincuenta y siete y está sin un duro. Le conocen en todos los albergues y a veces le dan trabajo. “Prisa no tengo ni mujer que me espere” parece ser su lema. Una especie de vagabundo parlanchín y simpático.

Un buen día, en resumen, exigente pero no demasiado, buena temperatura, buena gente y campos hermosos. Mañana la jornada promete ser menos exigente, aunque el cansancio se va acumulando.

Lunes 22/04/2013 17:00 Albergue de Pedrouzo


Parece una broma, pero las coreanas han aparecido de nuevo.

Estoy en el albergue escribiendo a las 5 de la tarde. El día ha sido relajado, solo 22 Km. Hemos cogido el ritmo y en pocas horas nos hemos cargado la jornada. Me encuentro físicamente muy bien y tengo la sensación de que podría hacer el Camino del tirón. Llegar mañana a Santiago no va a ser un problema. Una leve rozadura, no diré dónde, y una mínima ampolla son todos mis males.

Ayer el camarero nos sentó en la mesa, no de las coreanas, sino de un noruego y un holandés con los que tuvimos una charla muy animada. El noruego era un sacerdote casado y con hijos. Había hecho el Camino en dos tandas, una hasta Burgos el año pasado y otra desde allí ahora. Estaba aterrorizado ante la idea de que se acabara el Camino. El holandés lo estaba haciendo del tirón. Este tenía menos angustia ante el final porque seguía hasta Finisterre e incluso hasta Muxía.

Ambos estaban enamorados del Camino, como en general todos los peregrinos. Ya podías hablarles de los polígonos industriales o de las etapas de la meseta con viento y frío. Defendían su experiencia con ardor.

Había en el restaurante un grupo grande de ¿americanos?, las dos coreanas, nuestra mesa y unas ¿inglesas? Todos comiendo y bebiendo vino. Bastante impresionante.

Esta mañana hemos desayunado en un bello albergue al lado del río y, antes de reanudar la marcha, hemos visto a la mujer neozelandesa recuperada del bajón de ayer y lista para otra jornada.

El tiempo ha sido espléndido y el paisaje bonito, como en toda Galicia, aunque no el mejor que hemos visto.

Escribo tumbado en la litera del albergue de Pedrouzo mientras un pequeño harén se mueve por la habitación. Dos mujeres ¿americanas?, dos coreanas que ya estaban cuando hemos llegado, y, al rato han aparecido… ¡las dos coreanas! Muy gracioso. Las hemos seguido por delante.

En torno a la una nos hemos parado a comer. Un restaurante con un agradable patio ha sido el lugar. Cuando estábamos sentados ha aparecido una chica muy guapa. Rafa me ha impelido a invitarla a unirse a nosotros y ella ha accedido. Se llamaba Katrina, como el huracán, aunque ella decía no saber de su existencia. La hemos regañado por pedir pizza y se ha defendido diciendo que era la segunda del Camino. Nosotros nos hemos empujado un menú con botella de vino ¿Cuántas van ya?

Katrina es austriaca y lleva dos semanas sola en el Camino. El año pasado había estado sola en Sri Lanka. ¡Nunca subestimes a una mujer europea!

Después, la bella Katrina nos ha abandonado y hemos cubierto la última hora hasta Pedrouzo seguidos por las coreanas.

Se me acaba el tiempo y el baile de mujeres en la habitación me está poniendo nervioso. Dado que son las cinco de la tarde, algo pasará en el día de hoy aunque solo sea una botella de vino.

Miércoles 24/04/2013 Tren de Santiago a Madrid


Ahora que todo acabó y que el tren nos lleva de vuelta a casa, que tomo el Camino que nunca parece que vaya a llegar, el de regreso, y que, al parecer, muchos peregrinos temen, trataré de narrar los últimos días y mis sensaciones, a veces muy intensas, como esta mañana en la misa del peregrino.

Terminé el anterior relato en Pedrouzo, antes de salir a cenar. Aún en el dormitorio, una de las mujeres ¿americanas? me ha sonreído y me he acercado a hablar con ellas. Son madre e hija, en efecto americanas. Muy simpáticas. La madre me ha explicado que llevan juntas desde Pamplona, pero no he sabido más de su viaje.

Ya en la calle me he encontrado con Rafa y hemos caminado hasta una iglesia próxima. Ahí hemos hablado con un peregrino vagabundo que volvía a su casa en Córdoba y que estaba mendigando. Un hombre muy digno y una experiencia muy dura. Ya no tenía botas de caminar ni dinero para albergue o comida.

Luego hemos ido a un modesto restaurante donde la comida ha sido excelente, de las mejores. El dueño enseñaba, además de la carta, unas porciones de los platos del menú. Algo muy efectivo para quien atiende a extranjeros y no habla inglés. Hemos cenado solos, un poco cansados del camino, la insolación y la relación con nuestros semejantes de distinto idioma. Otros peregrinos, por el contrario, hablaban a voces y reían con entusiasmo.

La siguiente mañana, la de ayer, amaneció con un temprano ajetreo. Era la última jornada y muchos peregrinos querían llegar a Santiago a la misa del peregrino, a las 12, por lo que a las 6 ya estaban despiertos.

Cuando a las 8 nos hemos despertado definitivamente, la madre americana me ha hecho un gesto de que se le saltaban las lágrimas. Puedo imaginar su caso y el de otros muchos. Quizá no viva con su hija y se hayan unido para el Camino. Llevan un mes juntas. Nunca les ha pasado desde que la hija era una niña. Han tenido una relación como nunca antes. Y, más importante, como nunca después. Y ahora todo acaba.

El Camino ha sido de nuevo sencillo, avanzando kilómetros con rapidez. Hemos ido reconociendo los rostros de los últimos días, todos contentos.

A pocos kilómetros hemos hecho la última parada en un hermoso y soleado bar. De nuevo rostros conocidos y alguno nuevo. Un taxi ha venido a recoger a dos peregrinos que no podían más. ¡Oh sorpresa! Eran dos chavales.

Observando los grupos, vemos que hay uno de jóvenes y solo jóvenes. El resto de grupos son más variados, más abiertos. El de jóvenes es cerrado, más protegido. Parece que la vida te quita energía pero te da presencia, sabiduría y resistencia. Es más atractiva físicamente una chica joven que una mujer madura, pero ¿con quién hablas con mayor naturalidad? Los jóvenes van juntos, usan un código común, limitado y cerrado y no se exponen, porque al final ¿qué tienen que contar? Poco o menos que el resto.

El trozo final hasta la Catedral es bastante duro y circula por avenidas llenas de coches donde el peregrino se diluye en el ritmo de la gran ciudad.

Ya en la plaza del Obradoiro se recupera un poco el espíritu del Camino. El día es, cómo no, espléndido y nos encontramos de nuevo con las americanas. Luego buscamos un albergue, nos duchamos y, con el agua, se desvanecen los últimos vestigios del peregrino. Salimos a la calle a comer y somos uno más.

Desde que llegamos a Santiago dejamos de comer bien. Ahora somos turistas. Recordaba Santiago más pequeña, pero descubro una ciudad soberbia plagada de monumentos. El día es caluroso y sus habitantes pueblan la calle con algarabía.

Recojo mi Compostela, la acreditación del peregrino, sacamos el billete de tren para hoy, caminamos, cenamos y me pregunto si no hay un fin de fiesta o algo que llene la sensación de vacío. Pero no hay nada programado de modo que nos vamos a dormir.

No soy religioso. Hace muchos años que Dios salió de mi vida. Respeto, eso sí, cultos, ritos y creencias siempre que no atenten contra la libertad y la dignidad. Hace tiempo que me encuentro incómodo en las misas a las que, por razones sociales, he asistido. Sin embargo, eso no ha ocurrido hoy.

La misa del peregrino ha sido un acto tremendamente emotivo y que recomiendo a todos los peregrinos sean creyentes o no. Todos los días se celebra a las 12 de la mañana en honor a los peregrinos que han llegado a Santiago en las últimas 24 horas. Y este era el fin de fiesta que esperaba ayer, una misa en la que estábamos todos presentes. Todos esos rostros vistos durante días, durante semanas por algunos. Hombres, mujeres, jóvenes, maduros, españoles, coreanas, americanos…

Hay que reconocer a la Iglesia su maestría en el manejo de los grandes acontecimientos. La misa ha sido solemne. Por casualidad ha coincidido con un congreso de peregrinos por lo que ha sido oficiada por el obispo y una docena de sacerdotes. Se han nombrado todos los peregrinos llegados de todas partes. Me he reconocido como un peregrino “procedente de Madrid que inició su Camino en Sarria”. Los textos sagrados se han leído en varios idiomas y ha habido referencias para todos. Los cánticos, acompañados por el imponente órgano, resaltaban aún más el acontecimiento. Las palabras del obispo referidas al Camino, a los otros que nos acompañan, a las preguntas eternas de la humanidad, trascendían la religión. Creo que nadie se ha sentido excluido en la abarrotad Catedral. Cuando ha llegado el momento de estrechar la mano al otro para darse la paz, la gente, visiblemente emocionada, cruzaba las filas y los bancos y se abrazaba con efusión. Muchas jornadas a pie o andando, compartiendo con desconocidos, necesitaban un vehículo de expresión y ha sido emocionante. Para colmo, han sacado el célebre Botafumeiro.

Ya Santiago queda lejos. No soy un hombre nuevo ni he respondido ninguna pregunta vital. Pero, de nuevo, la experiencia ha sido especial. Me arrepiento de haber comenzado tan cerca del final, pero sé que volveré. Pronto o tarde. En Pirineos o en Castilla. O quizá en Francia. Solo o acompañado. Y seguro que me acompañarán las palabras de aliento:
¡Buen Camino!

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