Viaje por el Atlas
Este escrito describe mi viaje por el Atlas en octubre de
2016.
Conocí a Bilal hace una década y desde entonces nos hemos
visto varias veces en Madrid y Marrakech. Mi hermana Miren es pareja de Mohamed
El Bouzidi que tiene diez hermanos y hermanas una de las cuales, Najet es la
madre de Bilal. Bilal Artiach El Bouzidi es hijo de Najet y del vasco José
Luis, todo un personaje que a pesar de que sus tres hijos son marroquís nunca
tuvo la nacionalidad del país vecino.
En una ocasión Bilal me comentó que había ascendido, como
yo, a la cumbre del jebel Toubkal, coloso de 4.167m, la cima más alta del norte
de África. Desde allí había contemplado los valles al sur con aldeas bereberes
y estaba deseando conocerlas. Los valles próximos a Marrakech estaban
modernizándose y él quería conocer el Marruecos bereber profundo. Yo tenía la
misma intención y desde entonces estuve recordándole la posibilidad de andar
por las montañas del Atlas, valles y quizá alguna cumbre. El viaje se ha
concretado en octubre de 2016 y hemos tenido la oportunidad de vivir diez días
únicos. Durante estos días Bilal ha sido mi amigo, mi sobrino y mi guía (aunque
con frecuencia el guía era yo). Él con 31 años y yo con 26 más hemos formado
una estupenda pareja en la que su tranquilidad se ha visto acompañada de una
inhabitual relajación por mi parte que junto con la determinación de ambos nos
ha servido para afrontar importantes decisiones y disfrutar del periplo.
Día 1.
Al aterrizar en al aeropuerto de Marrakech, Bilal me estaba
esperando. Juntos hemos ido a recuperar el móvil que mi hija Maite perdió tres
meses atrás. Contra todo pronóstico he conseguido recuperarlo tras una hora de
trámites burocráticos en los que he aportado hasta las huellas dactilares de mi
hija y las mías propias. Pura burocracia.
Tras recuperar el móvil, hemos ido a Tahanaout, a mitad de
camino entre Marrakech y el Atlas, donde él y su madre, Najet, regentan una
estupenda casa con un productivo olivar, Dar Najet. De camino me ha explicado
el profundo cambio de la ciudad. El zoco turístico está ocupando toda la medina
y los riads en los que convivían varias familias están siendo convertidos en
hoteles. La gente se va a vivir a urbanizaciones del extrarradio lo que no
tendría nada de particular si no fuera porque muchas están construidas
alrededor de campos de golf, una extravagancia en una tierra semidesértica.
Aunque Marrakech se sitúa en una llanura donde apenas llueve, tiene a pocos
kilómetros el gigantesco Atlas que proporciona agua todo el año. De hecho,
mucha de la producción agrícola, incluido el olivar de Dar Najet, está
irrigada. Pero entre regar los cultivos y los campos de golf hay una
diferencia.
Tras una plácida tarde en Tahanaout ha concluido el día de
traslado. La aventura empieza mañana.
Día 2.
Hemos llegado a Marrakech desde Tahanaout y nos hemos
dirigido a un café para cambiar dinero y tener wifi. Bilal no tenía claro aún a
dónde nos dirigíamos. Me ha mostrado un croquis que le había pasado un tío
suyo, pero no parecía suficiente. Ha llamado a un amigo que le ha dado unos
cuantos nombres de aldeas y valles, los hemos cotejado con el croquis y algunos
coincidían, de modo que, casi ya en camino, hemos decidido el punto de partida.
El destino ya lo iríamos viendo. En el café he aprovechado la wifi para bajarme
al móvil unos cuantos mapas offline de la zona que, a la postre, iban a
resultarnos fundamentales.
Mi plan era pasar una semana con Bilal por valles remotos y,
esperando que él se hartara de mí, pasar después unos días en la playa de Essaouira.
Lo cierto es que suelo viajar con planes bastante precisos, pero en este caso
iba un poco a la deriva como lo muestra el hecho de que ya montados en el
autobús aún no sabía adónde iba ni por cuánto tiempo.
Hemos tomado un taxi colectivo que nos ha llevado de
Marrakech a Demnate. Allí hemos comido y paseado por la ciudad que no tiene
gran interés. He comprado unos ridículos pantalones debido a que hacía mucho
calor y andar con los de montaña iba a ser incómodo. Finalmente he usado los
pantalones de montaña en todo momento.
En Demnate hemos cogido un transporte mixto (una furgoneta
atestada de personas y todo tipo de bultos) que ha empezado inmediatamente a
subir y bajar por una carretera que nos ha ido adentrando en el Atlas.
Transcurridas un par de horas por lugares inhóspitos hemos llegado a nuestro
destino, el pueblo de Tufrinne en el valle del río Tassaout que seguiríamos
hasta sus fuentes.
Al descender del bus hemos decidido emprender el camino
inmediatamente en lugar de quedarnos en el pueblo a pesar de que ya eran las
cuatro de la tarde. El río discurre encajonado por un maravilloso valle con cultivos
y aldeas en su lecho y altas paredes en los lados. Caminamos por la carretera
asfaltada hace dos años por la que apenas pasan coches. Pronto tenemos la sensación
de estar fuera de la civilización. Las casas de barro aparecen mezcladas con la
pared del cañón, perfectamente mimetizadas puesto que son del mismo material,
mientras el río caracolea entre huertas y frutales. A veces las casas están
sueltas y a veces forman pequeñas aldeas. Los campesinos bereberes circulan
andando, a pie o con sus mulas, cargados de atavíos para cultivar la tierra.
Al cabo de dos horas de caminar llegamos a la aldea de Ait
Ain Ito donde encontramos una Gite d’etape. Las Gites son alojamientos que
podríamos denominar albergues y que son los lugares donde hemos dormido durante
el viaje. Esta Gite es bastante acogedora, con camas en el suelo y duchas
aceptables. Todas las habitaciones de todas las casas tienen alfombras en el
suelo por lo que es preceptivo descalzarse antes de entrar en ellas. Nos hemos
duchado y Bilal ha cogido unas chanclas que había por ahí. Le he advertido que
no parecían del albergue sino privadas, cosa que ha ignorado.
Y en efecto,
según se duchaba ha aparecido un grupo de tres francesas una de las cuales ha
echado en falta sus chanclas. He tenido que explicarle dónde estaban y se lo ha
tomado a bien.
Hemos cenado tajin mientras las francesas cenaban también.
Enseguida se ha entablado una animada conversación entre ellas, Bilal y el
dueño de la Gite. Yo no he intervenido ya que no hablo francés. A ratos he
estado hablando en inglés con la más joven de las tres que parecía muy a gusto
en mi compañía. Te mira con interés, me dice Bilal. También me lo ha parecido,
pero en todo caso es demasiado complicado averiguarlo. Las francesas tiraban de
la lengua al dueño que ha acabado confesando que se casó por acuerdo entre las
familias, cosa que sigue sucediendo en estos lugares.
Durante todo el viaje se ha sucedido la situación de varias
personas manteniendo una conversación en la que yo no participaba. Normalmente
y bereber y en ocasiones en francés, idiomas que Bilal domina y yo ignoro.
Lejos de sentirme incómodo y excluido me he encontrado relajado, observando o
pensando en mis cosas. Ocasionalmente he cruzado interjecciones y gestos con
muchas personas para transmitir afecto o aprobación pero no pensamientos
complejos.
Tras la cena me he retirado a leer en mi ebook El marciano de Andy Weir, novela que
narra las peripecias de Mark Watney en Marte y que me tiene absorbido.
Día 3.
Salimos con la fresca remontando de nuevo el río Tassaout.
La carretera asfaltada ha dado paso a una pista que poco a poco se va
transformando en camino y pronto deja de serlo confundido entre las huertas y
el río que pasa a ser el auténtico camino. Una y otra vez nos vemos obligados a
saltarlo hasta que una vez, chof, meto el pie y me empapo y otra vez, chof,
meto el otro pie y me empapo. Vamos cruzándonos con campesinos que van y vienen
de sus labores en el campo. El día es soleado y el paseo es delicioso.
Al cabo de tres horas llegamos a la aldea de Talat nTazart.
Está pegada a la montaña y parece que sus casas son parte de la roca. Nos
desviamos del camino para subir a la aldea y, ya arriba, vemos otros barrios un
poco más allá. La vista es relajante y hermosa. Un joven nos invita a visitar
un conjunto de edificios en la parte más alta. Se trata de habitaciones y
graneros que confirman un laberinto de escaleras y patios. Arriba del todo está
su casa. Nos ofrece té y un revuelto de huevos que aceptamos con gusto. La
habitación, como veríamos después en otras casas, está casi vacía. Alfombras en
el suelo, mantas apiladas y una pequeña cómoda. Esta contaba también con un
televisor, declinamos la invitación del dueño de encenderlo, y un poster de la
Meca. Las vistas por la ventana enrejada de la montaña de enfrente son
impresionantes.
Seguimos nuestro camino y Bilal me habla de las mujeres
bereberes. Poco después nos cruzamos con una sobre una mula y le comento, esa
es guapa. Sí, dice, me voy a casar con ella. No jodas, Bilal, apenas la has
visto dos segundos, ¿cómo te vas a casar con ella? No necesito verla más,
además, este (refiriéndose a un niño que nos acompañaba) me ha dicho que es
hermana del que nos ha recibido en su casa; es un signo del destino.
El camino se transforma de nuevo en carretera, pero, como
está cortada en varios puntos, nadie circula. Las aldeas comienzan a escasear y
el paisaje se torna más duro y montañero. Unas horas después llegamos a
Ichbbakene y luego a Amezri donde dormiremos. De camino vemos al fondo las
cumbres del macizo del M’Goun.
Amezri es una población relativamente grande en medio de un
amplio valle, con varios barrios y una carretera que cruza el Atlas camino de Ouarzazate.
Nos encaminamos a la Gite donde nos recibe el dueño y su hija. La Gite es una
casa antigua en medio de las huertas con varias habitaciones. El dormitorio es
un gran rectángulo cubierto de alfombras con colchones, matas y almohadas
apilados.
Al poco viene un señor mayor que dice ser guía para
ofrecernos sus servicios, en realidad los de su hijo. Nos dice que él fue el
que encontró a los montañeros españoles perdidos en el Atlas el año anterior.
Yo había leído sobre el asunto pero no sabía que era por esta zona. Tres
españoles habían ido a la garganta de Wandras a hacer escalada. Dos,
encordados, se cayeron muriendo uno en el acto. El tercero subió a socorrer al
que había sobrevivido, pero no pudo rescatarlo. Tras seis días llegaron los
servicios de rescate marroquíes y llevaron a cabo un rescate chapucero que
acabó con la vida del segundo montañero. Tras los hechos, todos en la zona
están muy sensibilizados y nos piden constantemente que nos registremos, no
vaya a ocurrir algo así de nuevo. Decidimos contratar los servicios del guía
para el día siguiente.
Salimos a dar un paseo y nos encontramos con un grupo de
hombre y niños sentados en los surcos de un cultivo comiendo patatas y nos
unimos a ellos. Hacen un pequeño horno con terrones de barro, introducen unos
palos, le prenden fuego y meten patatas dentro. Al cabo de un poco deshacen el
horno y las patatas quedan enterradas al calor de la tierra. Después de un
rato, a comer. La escena es pintoresca si no fuera porque las patatas las
recolecta, separada del grupo, una única mujer con su azada. La mujer trabaja y
los hombres comen.
Decir que la mujer en el Marruecos bereber está discriminada
política y socialmente es quedarse ridículamente corto. Además lleva la casa y
trabaja el campo. Durante este viaje he visto innumerables mujeres de todas las
edades con la azada o trasportando grandes bultos a pie o en mula. Además son
esquivas y no están en la calle si no es para hacer algún recado. En las casas
desaparecen ante nuestra presencia. Siendo relativamente jóvenes están
desdentadas y parecen viejas. Según Bilal, las niñas obedecen a sus hermanos
aunque estos sean mucho menores. Una vez casadas, a menudo en matrimonios
concertados, reciben órdenes del marido y de todos los hijos varones. Además
trabajan en el campo. Y están físicamente machacadas. No me extrañaría que
murieran antes que los hombres. Los hombres salen de la aldea a la ciudad para
trabajar en la construcción cuando el campo no necesita cuidados y traen dinero
a casa. Los hombres manejan el dinero y las mujeres realizan tareas en las que
no se mueve dinero. Debe ser muy duro ser mujer bereber.
Pero al menos durante unos años las mujeres son atractivas y
felices. Como nuestra anfitriona, la hija del dueño. No es tan esquiva como
otras y es bastante guapa. Tanto que Bilal se ha enamorado. Le voy a pedir relaciones,
me dice. ¡Pero Bilal, ya estás otra vez! A ver, en qué consiste eso de las
relaciones, pregunto. Pues nos vemos unos meses y después nos casamos, dice. Me
la llevo a Tahanaout y volvemos aquí los veranos. Estás invitado a la boda.
Pero no quiero decírselo al padre para que no la presione. Estás loco, Bilal,
respondo, pero tú sabrás. ¿Quieres que nos quedemos algún día más para que
tengas tiempo? No, responde, esto lo resuelvo ahora mismo. Y así, el tranquilo
Bilal se torna inquieto y pide al niño que andaba por allí que llame a la
joven. Viene esta y entablan una breve conversación de menos de cinco minutos
al cabo de la cual vuelve mi compañero. Ha dicho que no, que es muy joven y que
aún no está en sus planes. Quizá sea por la barba, a lo mejor piensa que soy
integrista.
Entre que no me lo tomo muy en serio y que Bilal no paree
muy compungido me dan ganas de reírme más que de consolar a mi amigo. Lo cierto
es que ella se lo pierde, Bilal es guapo (me he cansado de escucharlo),
moderno, desde luego para un sitio como Amezri, y con un olivar. El caso es que
la noche se echa encima y me voy a acabar El
marciano. He de decir que me ha resultado muy útil su lectura para este
viaje. Si Mark Watney puede sobrevivir en Marte, yo podré superar las difíciles
etapas que vendrán los días siguientes.
Día 4
Nos encontramos con nuestro guía en la aldea siguiente.
Mohamed, de veintiún años, es ligero y simpático. Pronto comenzamos a ascender
por la ladera dejando el río que, tras una amplia revuelta, parece encajonarse
en un barranco. El día anterior comenté a Bilal que no necesitábamos guía, que
para ascender al refugio al que íbamos bastaba con seguir el curso del río que
estaba claro en mi mapa. Él me dijo que se encontraba más tranquilo si
llevábamos a un guía, cosa que afortunadamente hicimos. Porque el río, en
efecto, se encañonaba en el que luego supe que era el barranco de Wandras donde
murieron dos de los tres españoles la temporada pasada. De seguir mi mapa nos
hubiéramos metido en pleno barranco. Puedo imaginar que el camino se haría
progresivamente más difícil, superaríamos algún paso menor y acabaríamos
encontrándonos entre altas paredes imposibles para acabar desandando el camino con
gran penuria.
El camino asciende con dureza y, tras superar unos riscos y
unos exigentes mil metros de desnivel, nos encontramos al comienzo del plateau
de Tarkeddit. Al fondo se atisba el refugio y a la derecha la sierra del
M’Goun. Seguimos caminando y vemos el comienzo del río que, en efecto, se
embarranca hacia abajo de inmediato. Dos horas después llegamos al refugio.
Fuera hay montadas unas tiendas y unas jaimas de un grupo de franceses que está
recorriendo la zona con amplio equipamiento de mulas y guías. Ya estamos en
alta montaña.
El refugio es oscuro y apenas iluminado (tengo que mirar la
bombilla para saber si está encendida). Su guarda se llama ¡Mohamed! Nos
prepara un aceptable tajin (¿cuántos llevamos ya?) y cae la noche. Bilal ha
encontrado una guitarra con solo cuatro cuerdas, pero es suficiente para montar
una fiesta improvisada, si algo es una fiesta cuando no hay alcohol ni mujeres.
Se unen los dos Mohamed, los guías y muleros de los franceses y comienzan a
cantar en bereber. Yo cojo mi ebook y comienzo a leer Homo Deus de Yuvel
Harari, libro futurista que habla de cómo las máquinas sustituirán a los
hombres y que contrasta fuertemente con la fiesta bereber en medio del desolado
paisaje en el que me hallo. El cielo está cuajado de estrellas en la fría noche
del Atlas.
Día 5.
Salimos hacia el M’Goun a las 7:30. Pronto la pendiente se
hace innegociable. Caminamos a buen paso y noto como las fuerzas empiezan a
fallarme. Fumo, tengo algo de resfriado, me estoy haciendo viejo. Busco
explicaciones, pero lo cierto es que estoy jodido.
Al cabo de una hora divisamos a los franceses y media hora
después les damos caza. Tienen en torno a los setenta años y van muy despacio.
Seguimos un rato a su ritmo y voy recuperando el resuello. Cuando ya les
pasamos, pido a Mohamed que baje el ritmo. Calculo que hemos subido a 300m por
hora lo que no está nada mal. No es que me esté haciendo viejo, es que íbamos
muy rápido. Mi ritmo era bueno, el de Bilal mejor y Mohamed, que fuma un
paquete diario y lo hace mientras sube, podría haber subido corriendo.
Otra hora después llegamos a los 4.000m y alcanzamos el
circo del M’Goun. El paisaje es grandioso con enormes montañas, valles y
riscos. El circo es una enorme media circunferencia de tres kilómetros de
diámetro abierto hacia el norte. Hacia el sur se divisa Ouarzazate y su gran
presa. Recorremos penosamente la arista del circo hasta llegar al M’Goun, el
último u más alto de los picos. El viento sopla tal dureza que parece que va a
arrancarnos de la tierra. Hay un par de cumbres intermedias que debemos
ascender y que suponen un gran esfuerzo a pesar de que apenas tienen 150m. Pero
tres cumbres de 150m a la ida y las mismas a la vuelta suman otros 600m de
propina. En la cima nos hacemos unas apresuradas fotos sentados, puesto que el
viento es formidable, y volvemos de inmediato. En mitad del circo, de vuelta,
volvemos a encontrarnos con los franceses. Comenzamos el descenso y al poco
vemos el refugio, pero aún nos quedan dos horas hasta llegar a él.
Ya en el refugio comemos un ¡tajin! y nos ponemos de nuevo
en marcha tras despedir a los dos Mohamed. Son las 4 de la tarde. Podríamos
haber hecho noche allí, pero decidimos seguir camino. Para ello debemos ascender
una odiosa cresta de 400m para pasar al siguiente valle. No puedo más. A las 5
llegamos a lo alto. Detrás queda el refugio y más allá el M’Goun. Lo que nos
queda no es poco. Desde arriba se divisa una infernal bajada por un valle del
que aún no vemos el fondo. Nos han dicho que en algún punto debe haber una Gite
donde dormiremos. Comienza a llover. Descendemos deprisa. Anochece y arrecia la
lluvia. Vemos unas majadas de ovejas y seguimos descendiendo. Por fin divisamos
unas tiendas y el guía nos dice que la Gite está a cinco minutos, cosa que
dista de ser cierta. Seguimos bajando ya empapados mientras la oscuridad nos
envuelve. Finalmente encontramos una aldea y en ella está la Gite regentada por
¡Mohamed! La Gite tiene un aspecto estupendo como una moderna casa rural. Tras
unas vacilaciones encienden un grupo electrógeno que da luz a la casa. Esta
tiene suelos de madera y camas. Mohamed nos prepara un delicioso ¡tajin! con
pasas y nos vamos a dormir.
El recuento de la jornada es: un desnivel de ascenso de
2.000m. El descenso son 2.700m. 30km de caminata por alta montaña. 12 horas
andando. 2 horas caminando a 4.000m. Nunca había hecho nada similar.
Día 6.
Dormimos once horas y nos levantamos como nuevos (¿en
serio?) para afrontar unos plácidos días (¿de verdad?). Recorremos el hermoso
trayecto que media entre la Gite y el valle de Bouguemez al que nos dirigimos.
Al principio es un camino de rocas muy transitado que después se abre en un
amplio valle de manzanos y aldeas.
Veo pasar muchas mulas y pienso en un grupo de trekking. En
efecto, minutos después aparece una decena de franceses cuesta arriba. Los
trekking, este que acabo de ver y el que estaba frente al refugio, se han
puesto de moda. Los caminantes suben por su propio pie, pero van acompañados de
un batallón de mulas y personas locales. Cuando el turista llega al destino,
hay montadas tiendas de campaña para dormir así como grandes jaimas para comer.
Las mulas suben ambas tiendas así como la comida para los turistas, para los
muleros, para los guías y para las mismas mulas. Suben también todo el material
necesario y… las maletas de los turistas. Calculo que para un grupo de diez
turistas suben cincuenta mulas.
A las tres horas de caminar llegamos una carretera en el
valle de Bouguemez. Este iba a ser nuestro destino, pero a Bilal no le ha
entusiasmado y cambiamos de planes: vamos a atravesar de nuevo el Atlas, esta
vez en coche, y nos dirigimos a Ouarzazate y de ahí al desierto. Pues nada,
estupendo, al desierto. Examino la ruta que hemos recorrido andando los últimos
días: 86km, 30 horas y 4.734m de desnivel. No está mal.
Tomamos un taxi local que nos deja en Tabant, la capital del
valle. Preguntamos si se puede cruzar el Atlas y nos dicen que hay una pista
que llega a Kalaat M’Gouna, al otro lado de las montañas y en el camino de Ouarzazate.
Al parecer, una caravana de taxis va a salir a las cuatro de la tarde. Uno de
los taxistas, ¡Mohamed!, tiene plazas e iremos con él. Mientras, nos metemos en
un agradable café a comer.
Las horas pasan y no entiendo por qué esperamos a las cuatro
de la tarde, pero las cosas parecen ser así. El caso es que, en efecto, a esa
hora, aparece nuestro taxi: un Mercedes del año 74 extremadamente destartalado.
No hay rastro del resto del convoy. Salimos y un kilómetro más adelante el taxi
se detiene a recoger al tercer pasajero. Se trata de un hombre que va de putas
a M’Gouna, pueblo que al parecer es famoso por ello. El hombre lo ha preparado
para ir, pasar la noche y volver sin que su familia se entere. De ahí que
salgamos tan tarde.
El taxi circula unos kilómetros por la carretera llena de
chavales que salen del colegio y de pronto se desvía a la derecha por una
pista. Un poco más adelante unas máquinas trabajan arreglando la pista.
Comenzamos a subir hasta que, tras varios kilómetros más, alcanzamos un collado
llamado Tizi’n Ait Imi. Nos detenemos y contemplamos las vistas. Al norte se
halla Tabant y el valle de Bouguemez del que venimos. Al sur está la inmensidad
del Atlas con un amplio valle seco y pedregoso en primer plano y altas montañas
detrás.
Descendemos por la pista, dejamos atrás más máquinas y
camiones y llegamos al seco lecho del río plagado de piedras de torrenteras ancestrales
y con algún ocasional curso de agua. Al fondo la sierra del M’Goun y en la
proximidad áridos montes marrones. El entorno es desolado, soberbio y marciano.
Me acuerdo de Mark Watney sobreviviendo en Marte. La pista se confunde con el
lecho del río y nuestro traqueteante taxi sufre. Empieza a llover.
Arrecia la lluvia y escorrentías de agua furiosa atraviesan
la pista rompiéndola en numerosos tramos. El taxi sigue como puede. Oscurece y
diluvia. Varios regatos más tarde nos detenemos ante un río recién formado que
atraviesa la pista. El taxi se detiene. El agua color chocolate corre alocada
por lo que antes era la pista. Bajamos del coche y Mohamed examina el paso. El
ambiente entre nosotros es jocoso pese a la dificultad en que nos hallamos.
Para meditar mejor, Mohamed se prepara un bocata de sardinas. Parece obvio que
no podemos seguir adelante. Más abajo hay unas máquinas encargadas de las
reparaciones de la pista en ese tramo. Un rebaño de cabras aparece y con él
unos hombres. Cuidamos las máquinas y tenemos cabras; vivimos aquí al lado,
venid con nosotros, nos dicen. Resulta providencial porque es de noche, jarrea
y el coche cala. En la maniobra para dejar el coche aparcado, Mohamed atropella
una cabra con gran escándalo. El pastor la degüella y mis compañeros dicen
entre risas que no se respetado ritual religioso alguno. Todo es muy raro.
Acompañamos a los pastores a su casa, pero antes hay que pasar el río. Las
cabras se niegan y los cabreros las llevan a pulso. Yo meto el pie hasta el
fondo. Llueve mucho y nos empapamos.
La casa resulta estar al lado y entramos en un dormitorio que
es una habitación rectangular con alfombras y nada más. Para nosotros es el
paraíso. Nos ponemos ropa seca (que no tenemos) y yo reparto mi ropa sucia que
es bienvenida. Mohamed solo tiene una cazadora y se pone gustoso unos
calcetines míos sucios y mil veces usados. Nos arropamos con mantas y nos
sentimos en la gloria. Menos nuestro acompañante el putero que está sumido en
profundas cavilaciones: he pecado, mi familia me va a pillar y me está bien
empleado, parece pensar.
Nos llevan a otra habitación semejante donde hay una tele y
el resto de los hombres. En la sección del tiempo se ve una mancha azul intenso
sobre el Atlas: es la tormenta que se desploma sobre nosotros. Comemos la cabra
atropellada en medio de una divertida animación y nos vamos a dormir. Entre
alfombras, el saco de dormir y mantas, duermo como un lirón.
Dia 7
Sigue lloviendo.
Debatimos qué hacer y nadie tiene una buena idea. Usan sus
teléfonos y saben que, atrás, en el rio pedregoso, se ha quedado una familia de
franceses, y parece que retroceder es imposible. Tampoco sabe nadie cuanto
queda hasta nuestro teórico destino, Kalaat M’Gouna ni cómo estará la pista. De
pronto aparece una furgoneta por el lado contrario que viene a recoger a los
trabajadores. Salimos corriendo y nos montamos en ella. Atrás queda el putero,
el taxista, el Mercedes del 74 y la casa en la que los pastores nos han
acogido.
La furgoneta asciende un par de kilómetros y de pronto se
detiene. Ominoso silencio. No me atrevo a preguntar. Finalmente me informan de
lo peor. La furgoneta abandona la pista para bajar a una aldea próxima. La
pista sigue hacia adelante. Diluvia ¿Qué hacemos? Divisamos detrás una caravana
de motos que recorre el Atlas y a punto estamos de esperarles para pedirles que
nos lleven. Después he sabido que la distancia que nos separaba de Kalaat M’Gouna
era ¡setenta kilómetros!, un disparate. Reflexionamos y está claro que no
podemos bajarnos de la furgoneta y seguir a pie con esa lluvia torrencial y la
probable situación de la pista cortada de nuevo, ningún coche… De modo que
bajamos a la aldea. Hemos avanzado tres kilómetros.
La bella aldea está dividida en dos por el río. Nos informa
de que hay una Gite y nos dirigimos a ella. El dueño (¿Mohamed?, no, esta vez
es Hussein), tras unas dudas iniciales nos acoge. La casa es hermosa con
animales y un olor que me recuerda al pueblo de mis abuelos. Tiene dos plantas
y nos alojamos en la segunda. Hussein es hiperactivo, va, viene habla por
teléfono y con Bilal. Nos traen té, pan y aceite, el típico menú de acogida. El
pueblo está inquieto, el río ha crecido, se ha llevado por delante el puente
que une ambos lados y amenaza con entrar en las casa más bajas de la orilla
opuesta. La aldea, de unas cincuenta casas, no tiene electricidad y están
poniendo los postes para traerla. El río se encajona unos kilómetros más abajo
de modo que el único acceso es ascender por la ladera que nos ha traído hasta
aquí.
Bilal habla animadamente con Hussein en bereber. La historia
de Marruecos es la de una colonización inacabada. Hace catorce siglos los
árabes sometieron al pueblo bereber. La mayoría de la población es de esta etnia
y habla bereber. Sin embargo, hasta la constitución de 2011, el bereber no era
una lengua oficial. El árabe clásico y el francés lo eran. Además de estas tres
lenguas existe la dariya, el árabe dialectal que muchos hablan y entienden
aunque no se escribe. La dariya mezcla árabe, bereber, francés y español. Los
niños hablan bereber en casa y cuando van a la escuela la enseñanza se imparte
en árabe clásico, idioma que los niños no han oído nunca. El fracaso escolar es
enorme y el pueblo bereber, pese a ser mayoritario, está marginado en favor de
las élites que hablan árabe y francés. Durante todo nuestro viaje, sin embargo,
la lengua usada por Bilal y los nativos es el bereber.
Es martes 25 de octubre y creo que voy a perder el vuelo del
viernes dado que no imagino cómo vamos a salir de aquí. Me hago a la idea de no
volar el viernes pero el sábado tengo un asunto que debo resolver. Pido a
Hussein su primitivo Nokia y, recordando cómo se usaban estos aparatos y cómo
conectarme a Internet con ellos, tardo una hora en poner un correo a mi familia.
Entonces me relajo: el asunto del sábado está resuelto, al vuelo que le den,
aunque llueve estamos a cubierto y nada sustancialmente malo nos puede pasar.
Dia 8
Ha dejado de llover y el río ha vuelto a su cauce, pero
seguimos sin saber cómo salir de allí: por qué medio y en qué dirección, de
vuelta a Tabant o hacia adelante a Kalaat M’Gouna. Empiezo a pensar que la
única forma es andando, pero calculo que hasta Tabant hay más de diez horas de
marcha. Paseamos por el pueblo y Bilal charla con un grupo de aldeanos que
comentan la situación. Se habla de coches que van a salir en una y otra
dirección pero nada se concreta. En un momento dado se plantea el uso de mulas.
Pido a Bilal que pregunte y resulta que dos muleros están aquí mismo con
nosotros. Dicen que llegar de vuelta al collado de Tizi’n Ait Imi nos llevaría tres
horas. ¡Tres horas, la solución a nuestros problemas! Le digo que sí, que las
mulas nos sacarán de allí y que pregunte si podemos salir ya. Son las diez de
la mañana. Desafortunadamente la respuesta es negativa: aunque no llueve el
cielo está cubierto y no se quieren arriesgar, de modo que me relajo de nuevo,
listo para pasar otro día en la aldea.
A las doce todo cambia de nuevo: los chavales muleros están
listos para llevarnos. Recogemos nuestras pertenencias, comemos un poco, nos
despedimos de Hussein, montamos en las mulas y… adelante.
La vida es bella, la civilización vuelve a ser una
posibilidad, el paisaje es hermoso y Bilal y yo estamos exultantes. Las mulas
caminan al lado del río y suben y bajan por estrechos y pedregosos caminos
junto a la corriente. Pasamos una pequeña aldea de unas diez casas y cuando
parece que va a ser la última y más remota aldea del Atlas aparece otra y luego
otra y otra más. Cuatro casas junto al río con sus huertas y mujeres y niños
que nos miran curiosos.
Acabamos dejando atrás las últimas construcciones y el
camino sigue junto al río. Las montañas están nevadas después de la tormenta y
el río sigue siendo color chocolate. Bilal y su mulero van en una mula y yo y
el mío en otra. Parece una mezcla de película del oeste y paisajes tibetanos
con el M’Goun al fondo. Al cabo de una hora llegamos al amplio lecho del río
que tuvimos que atravesar con el coche. Ahora lleva bastante agua, pero las
mulas lo cruzan sin problemas. ¡Vaya animal fuerte la mula! Otra hora más y
hemos llegado a la base del puerto de Tizi’n Ait Imi que habíamos superado con
el coche dos días atrás. Los muleros se bajan y continúan a pie mientras las
mulas siguen con nosotros montados. Otra hora más y llegamos a lo alto del
puerto. Al otro lado vemos Tabant, lugar donde cogimos el taxi. ¡Salvados! Por
cierto, no tenemos noticias del taxista y el putero; parece que tomaron otra
caravana de mulas hacia otro pueblo. Seguro que el taxi sigue allí y seguirá
aún varios días o semanas.
Nos despedimos de los muleros y comenzamos a descender hasta
Tabant. Caminamos animosos cantando a voz en grito canciones bereberes, vascas, de la movida, boleros y qué se yo. Al
cabo de tres horas (y dos días completos de periplo inesperado), llegamos finalmente
al pueblo. Buscamos un taxi para ir hacia Marrakech pero es tarde de modo que
nos alojamos en una Gite. Estoy temblando, me ducho con agua hirviendo y me
meto en la cama exhausto. Tengo la piel ardiendo pero mucho frío y paso una
noche atormentada a causa del bajón físico producto de días de cansancio y
tensión.
Día 9
Tomamos un taxi colectivo a las 5 de la mañana hacia una
ciudad intermedia donde por fin tengo wifi y me comunico con el mundo. Luego
otro taxi nos lleva a Marrakech. En lugar de seguir a Tahanaout, vamos al riad
de la familia de Mohamed dónde su adorable hermana Fátima y la madre de ambos
nos reciben y dan de comer. Antes pasamos por el hammam a relajarnos y
quitarnos la “piel muerta”. El operario me frota hasta dejarme la piel
sumamente fina y enrojecida. La experiencia es muy reconfortante. Recojo un
instrumento que me ha encargado Mohamed que le lleve, un sentir y finalmente
atravesamos la medina, cogemos un taxi colectivo y nos vamos a casita, a Dar
Najet.
Dia 10
Ni las playas de Essaouira ni el desierto más allá de
Ouarzazate, nada ha salido según lo previsto, pero he disfrutado como nunca.
Tampoco Bilal se ha cansado de mí si no que hemos formado una estupenda pareja
de viaje. Me consta que Bilal ha disfrutado tanto como yo, porque me lo ha
dicho y porque siempre estaba sonriente. Gracias por tu compañía, Bilal.
Aún tengo tiempo de disfrutar de Bilal y un amigo suyo que
tocan música durante un rato con el sentir y una guitarra antes de que me
lleven al aeropuerto donde termina uno de los viajes más imprevistos, bellos y
fascinantes que he realizado en mi vida.
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