Al entierro de Doña Clara asistieron poco más de una docena de personas. Dos vecinos, la portera, pocos parientes y alguna amiga. Y ello a pesar de que Doña Clara era una mujer de las de toda la vida, de aquellas de las que uno esperaría que su entierro fuese multitudinario. Ni siquiera su hijo asistió y es que él, más que nadie, fue incapaz de superar las trágicas circunstancias que condujeron a la muerte de Doña Clara.
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